“La fragmentación social, económica y organizativa de la clase trabajadora ha abierto una brecha que atenta estructuralmente contra la unidad del movimiento obrero y la dignidad de los trabajadores. Pese al fuerte avance del sector laboral en la distribución de la renta nacional durante el período 2003-2011, existen inequidades estructurales que obstaculizan el progreso de los trabajadores en su conjunto e impiden que dicha distribución se transforme en dignidad para todos. Así, más de un tercio de la fuerza de trabajo se encuentra sometida a condiciones de precarización, el 20% de los trabajadores concentran el 80% de la masa salarial, casi un millón de jóvenes del pueblo no estudian ni trabajan, millones de familias trabajadoras viven en villas y asentamientos sin la más elemental infraestructura social.
Como se ve, estas inequidades no sólo se expresan en términos de ingreso: los sectores postergados se encuentran en gran medida excluidos de una serie de bienes y servicios sociales que constituyen el piso mínimo de bienestar compatible con el estado de derecho y justicia social que consagra la constitución nacional. Por otro lado, en las últimas décadas han emergido nuevas formas de explotación y otras que parecían superadas han reverdecido, reduciendo a miles de compañeros a condiciones que llegan hasta la esclavitud y permitiendo la acumulación de riquezas de sectores mafiosos que se sirven de nuestros hermanos más vulnerables. En el mismo sentido, la penetración de la cultura consumista e individualista propia de los centros capitalistas mundiales en nuestros barrios pobres ha deshilachado el tejido de solidaridades dejando un tendal de vidas destruidas por drogadicción, alcoholismo y violencia social. Son estas algunas de las manifestaciones de la falta de proyectos de vida y la frustración que genera la imposición de metas culturales foráneas, inaccesibles, banales y totalmente contradictorias con lo mejor de nuestra cultura y tradiciones populares.
Como reacción a estos fenómenos, desde el subsuelo de la Patria, organizaciones sociales de las tendencias más diversas se han enfrentado a la degradación neoliberal, levantando la bandera del trabajo y la solidaridad como proyecto colectivo. Fábricas recuperadas, cooperativas de cartoneros y costureros, cuadrillas de infraestructura social y mejoramiento ambiental, centros comunitarios, ligas de campesinos, entre otros, se fueron convirtiendo en la última barrera contra el imperio de la miseria y la violencia que se cierne como una plaga en las periferias urbanas. En este proceso, se fue creando un sector socio-laboral, la economía popular, que busca –en la organización, en el trabajo, en la lucha- recuperar la cultura del trabajo y la solidaridad, y así contribuir a la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria.” Estas palabras forman parte de la Declaración del Teatro Verdi de La Boca, donde en el año 2011 se dio comienzo a la construcción de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular.
La «cuestión social” de este tiempo, la que nos impone la realidad de que este capitalismo excluye y margina a casi la mitad de los hombres y mujeres con capacidad de trabajar»
La economía popular no es el equivalente a economía social y solidaria, no es lo mismo que economía informal, es una noción más amplia que refiere a todo ese mundo del trabajo que a través de la transformación de la estructura socio-económica argentina quedó excluido de la posibilidad de acceder a un trabajo digno -esto es, reconocido legalmente y con todos los derechos y protecciones que el sistema laboral y previsional establece-; y que aun en los períodos de recuperación económica no fue incorporado al mundo del trabajo formal. Las situaciones que se ubican en este mundo de la economía popular son de lo mas diversas y variadas, se dan en el ámbito urbano y rural, pero tienen algunos elementos y algunos problemas en común. Para empezar, cada uno de estos trabajadores y trabajadoras, dependen de los ingresos que generan con el esfuerzo de su trabajo para sostener materialmente a sus familias. Todos estos trabajadores y trabajadoras tienen otro problema en común y fundamental, que el Estado argentino no los reconoce como tales. Existen para el Estado como trabajadores, existen como ciudadanos que habitan y votan, que pagan sus impuestos, como consumidores para el mercado, pero no como trabajadores. De esta invisibilización parten una cantidad enorme de otros problemas. La indignidad en las condiciones de trabajo, la insuficiencia de los ingresos, la inaccesibilidad al sistema de salud y al previsional, las situaciones de explotación y de exclusión en general, las restricciones para acceder al reparto de la riqueza que genera la economía argentina.
El Estado no conoce ni reconoce a estos trabajadores y trabajadoras. No los podemos cuantificar precisamente, menos realizar con cierta exatitud un análisis cualitativo acerca de cómo se compone este sector de la economía. Ahora bien, que existe, existe. Son los miles de trabajadores que construyeron la movilización del 7 de agosto a San Cayetano, o como dijo Juan Carlos Schmid «los descamisados del Siglo XXI». Los cartoneros, campesinos, cooperativistas, vendedores ambulantes, cuidacoches, changarines, costureras, artesanos, cuidadoras, canoeras, pescadores, microemprendedores, entre otros, cuyos ingresos en general son insuficientes para desarrollar una vida digna y necesitan que el Estado los vea y los acompañe. Si creemos que esta es una fotografía pasajera de la estructura de la clase trabajadora, si creemos que el mercado formal de trabajo va a ir absorbiendo a estos trabajadores en relaciones salariales clásicas y registradas, nos estamos equivocando.
La historia reciente nos ha mostrado que no hay lugar para todos en el circuito formal de la economía en un capitalismo que destruye trabajo a pasos acelerados. La clase trabajadora argentina se ha modificado definitivamente, el obrero industrial y el trabajador de servicios que reciben sus salarios mas o menos dignos peleados en paritarias y que pagan el impuesto a las ganancias, conviven con el trabajador excluido, precarizado y empobrecido en una misma clase, en un mismo sector, el de los trabajadores. Creo que esta situación nos pone frente al debate fundamental del proyecto de país que queremos para la Argentina. Acerca de cual es “la cuestión social” de este tiempo, la que nos impone la realidad de que este capitalismo excluye y margina a casi la mitad de los hombres y mujeres con capacidad de trabajar. Nuestro compromiso y nuestro desafió fundamental es trabajar para que estos trabajadores y trabajadoras puedan también vivir con dignidad.