MI VIEJA SOCIEDAD SALARIAL YA NO ES LO QUE ERA. MI VIEJA SOCIEDAD SALARIAL YA NO ES LO QUE ERA. | Lucila De Ponti
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MI VIEJA SOCIEDAD SALARIAL YA NO ES LO QUE ERA.

 

MI VIEJA SOCIEDAD SALARIAL YA NO ES LO QUE ERA.

Necesitamos hablar de esto.

Durante las últimas semanas se habló mucho de los planes, de las organizaciones sociales, de qué es y qué no es peronismo. Para polemizar un poquito (sin romper nada) quiero aportar algunas ideas sobre el trabajo y la economía popular, señalando para arrancar que es difícil abordar un tema complejo simplificandolo en exceso, lo cual ha sido un problema de la forma en la que se dio el debate público reciente.

Lo primero que hay que decir es que el sistema de producción y trabajo no es el mismo que en el siglo pasado. Pensadores como David Harvey, Guy Standing, Álvaro García Linera y el querido Papa Francisco ya lo han explicado: el entramado económico global ya no es el mismo. Hace unas décadas, para producir un auto se necesitaban cientos de obreros. Hoy ese mismo trabajo lo hacen unos pocos trabajadores calificados. La robotización, la descentralización y el boom de las telecomunicaciones vuelve descartables a miles de personas. Pero esas personas, aún descartadas, tienen que vivir, y en el capitalismo vivir significa poder generar ingresos para solventar el costo de vida. Por eso se inventan su propio trabajo. Eso es la economía popular y llegó para quedarse. Calculamos que hay unos 10 millones de personas trabajando en el marco de esta economía, por supuestos en situaciones muy diversas. Les voy a compartir un cuadro con esa data que elaboró el economista Pablo Chena, Director de Economía Social de la Nación.

 

Planerxs somos todxs.

Se dice por todos lados que los “planeros” no trabajan o que hay que transformar los planes sociales en trabajo genuino y eso es un error conceptual. Como dijimos recién, todas esas personas trabajan porque de no hacerlo, ni ellos ni sus familias podrían comer. Nadie puede vivir solo con “un plan social” básicamente porque no le alcanzaría la plata. En Argentina existen unas 1.200.000 personas que reciben el Potenciar Trabajo, lo que todo el mundo nombra erróneamente como plan social, cuyo monto no llega a los $23.000. Por otra parte, el INDEC sostiene en su última medición que a un hogar de 4 personas le cuesta $44.500 solamente comer. Vivir, sumando el resto de los gastos básicos, sale al menos $99.677. La cuenta se hace sola y los números no dan.
Acá ya podemos sacar dos conclusiones. La primera es que el universo de la economía popular -repitamos: todas las personas que trabajan por fuera de la formalidad- es mucho más grande que el universo de personas que reciben “los planes sociales”. Son cuentapropistas, cooperativistas, amas de casa, trabajadores eventuales, gente que hace changas, un montón de formas de trabajo a las cuales no se les reconocen derechos. La segunda es que quienes sí lo reciben no pueden materialmente vivir solo de ese ingreso. Por lo tanto también tienen que trabajar para ganar plata todos los días y el Potenciar Trabajo es solo un complemento a esos ingresos, además de un programa que busca el reconocimiento y la organización de esos trabajadores.

Un mundo ideal.
Y acá aparece uno de los roles fundamentales de las organizaciones sociales. El de asistir al Estado, o trabajar junto a este, en la organización de esas formas de trabajo para que puedan gradualmente sumar productividad y volverse más sustentables autónomamente. Ustedes saben que yo soy militante de una organización social, el Movimiento Evita. Se dijo que éramos tercerizadores de las políticas sociales. En realidad es una forma de organizar comunidad, de construir comunidad. Es necesario un Estado fuerte que arbitre para que los poderosos no se lleven puesto a los humildes. Pero el eje del peronismo es el pueblo organizado, al menos así lo veo yo. Las organizaciones sociales asumimos la tarea de representar a ese sector de la sociedad y expresar la demanda por sus derechos, en parte porque nuestra militancia se sostiene en los territorios más humildes donde en general el Estado brilla por su ausencia. Puede haber una escuela y un centro de salud quizás, pero las carencias son infinitas y por lo tanto también las demandas. No estamos solos en esos territorios, ahí también están las vecinales, los clubes de barrio, las iglesias o algunos sindicatos. Todas esas formas de organización social buscan llevar las políticas públicas al territorio para resolver un gran repertorio de demandas que el Estado no ha sabido, no ha querido o no ha podido resolver. En un mundo ideal las desigualdades no serían tan profundas, las necesidades no serían tan dolorosas y las instituciones públicas no dejarán sola a ninguna persona, pero eso no es lo que sucede. Y allí, frente a esa soledad, la gente se organiza.

Otra cosa que podría suceder en un mundo ideal es esta idea de que el crecimiento de la economía va a generar una demanda de puestos de trabajo formal tan grande que va a absorber a todas las personas que están por fuera de la formalidad. Eso podía pasar en el siglo pasado pero como hemos visto el sistema capitalista se fue transformando y eso tuvo consecuencias. Veamos: ¿La economía tiene que crecer más? Si. ¿Eso va a generar mayor demanda de puestos de trabajo formal? Probablemente si. ¿Esa demanda va a ser suficiente para incorporar a TODAS las personas que hoy no tienen un trabajo formal? ¡Pues no mi ciela!. Ustedes me podrán criticar por ser tan determinante pero si observamos los datos de evolución del mundo del trabajo, en los últimos 45 años esa es la única respuesta que podemos dar. Para dar solo un dato: en 1974 (antes que comience el ciclo neoliberal) el 71% de la población económicamente activa -PEA: todas las personas que están en condiciones de trabajar y quieren hacerlo- eran asalariados, hoy ese número es el 59%. Además en 1974 el 40% de la PEA eran asalariados registrados del sector privado; hoy ese número es el 29%. Es decir que la tendencia es inversa, el porcentaje de empleo registrado en el sector privado sobre el total de la PEA ha ido decreciendo, así como el total de asalariados que en el ‘74 era el 71% de la PEA y hoy es el 59%.

¿Esto significa que hay que renunciar a promover políticas para la creación de empleo en el sector privado? No, para nada. Los desafíos del mundo del trabajo en el Siglo XXI son múltiples, no solo el que estamos profundizando acá, también el nivel de los salarios, la precarización de las condiciones, la cantidad de horas de la jornada laboral, la formación para los empleos en la economía del conocimiento, el trabajo en las economías de plataformas, la brecha salarial y laboral de género, el valor del trabajo del cuidado, entre otros. Hay que desarrollar múltiples estrategias que de manera combinada nos permitan alcanzar los objetivos fundamentales de reducción de la pobreza a través de la integración al trabajo con derechos y la satisfacción de necesidades básicas para garantizar una vida digna, y que el crecimiento y desarrollo de la economía de manera sostenible en el tiempo puedan servir a ese objetivo.

La discusión fundamental es cómo se construye esta nueva institucionalidad del trabajo y los derechos frente a un contundente proceso de concentración de la riqueza a nivel global. Es decir cómo se resiste a la profundización de la desigualdad, que es parte de la discusión acerca de cómo se redistribuye el acceso a la dignidad, al buen vivir, al futuro y al disfrute también. La posibilidad de acceder a lo deseado en términos del uso del tiempo en actividades simplemente recreativas tiene que ser parte de nuestros objetivos. Tenía ganas de introducir esto hace un tiempo, desde que escuche a Francia Marquez -la vicepresidenta electa de Colombia- decir insistentemente “vamos a vivir sabroso”, que no es más que “vivir sin hambre, vivir en paz, tener educación, salud pública, vivienda, dignidad”. Y que tener la seguridad de esos derechos garantizados nos habilite a disfrutar de la vida.

Como dice Ricardo Montaner en esa vieja canción de Disney que musicalizó las infancias de los ‘90 -nosotros, los millenials- mientras veíamos a la princesa Jazmin volando en alfombra mágica con ese wapo traquetero vestido de príncipe que había conquistado su corazón rico y solitario, un mundo en el que tú y yo, podamos decidir, como vivir sin nadie que lo impida.

 

Ojalá podamos también discutir esa forma de bienestar; además del sacrificio y del aguante, el peronismo también nos enseñó a defender el derecho al goce de la vida. No lo olvidemos. No nos olvidemos de nosotros, recordemonos, nos dijo siempre el Genio Amor. A por eso.

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